Experimentar es parte del aprendizaje, pero hay quienes lo hacen arriesgando su vida. Ayudar a los hijos a desarrollar una identidad propia es la clave para evitar que una conducta temeraria aislada se transforme en un patrón de acción.
“El que no se arriesga no cruza el río”, indica el dicho, y no deja de tener razón. Una de las mejores fórmulas para aprender es experimentando, lo que implica tomar riesgos. Por lo mismo es que como padres debemos estar abiertos y alentar a los niños a hacerlo.
Pero hay personas que, por su temperamento, viven siempre al límite. “La mayoría de los adolescentes, después que han tenido experiencias fuertes por haberse arriesgado seriamente, aprende dónde está el límite y no vuelve a cruzarlo, pero están estos otros que no”, explica la psiquiatra norteamericana Pamela Foelsch. “Ellas escapan del proceso normal de aprendizaje, e incluso ponen en peligro su vida y la de otros”. ¿Cómo detectarlos y evitar que hagan del riesgo un estilo de vida?
“La patología está determinada por la severidad y frecuencia del comportamiento riesgoso, así como el contexto en el cual ocurre. Los adolescentes que repetidamente se ven cruzando la línea, están en más riesgo de padecer una patología”, asegura la Dra. Foelsch.
El problema es que muchos padres, sin embargo, consideran que situaciones como conducir rápido o probar la marihuana forman parte del desarrollo, son “ritos” de paso a la adultez. Pueden excusarlos diciendo que “son sólo niños” o tener una falsa sensación de seguridad al pensar “yo hice las mismas cosas y terminé siendo una persona normal”. Sin embargo, cualquier comportamiento que constituya una amenaza para la vida debe ser considerado una señal de alerta. En otras palabras, puede ocurrir la experimentación ocasional, pero es la repetición e intensidad la que indicará si un adolescente está en problemas o no.
Falta sentido común
Pareciera que el fondo del asunto es que, más que nada, lo que los adolescentes carecen es criterio. “El sentido común es la capacidad para hacer dos cosas: primero, mirar la situación, anticipar las consecuencias y elegir el mejor camino”, dice la Dra. Foelsch. “Y segundo, si una vez tomada una decisión ésta trae consecuencias inesperadas, el sentido común consiste en que uno aprenda y aplique lo aprendido a una situación futura”.
Debido a muchos factores, la habilidad para reflexionar antes de actuar y de obtener la suficiente información para hacer de esa reflexión algo útil, está menos presente en los adolescentes. Algunos suelen actuar primero y pensar después o simplemente no tienen la suficiente experiencia para recabar la información que les permita tomar una mejor decisión.
Por eso es que los padres tienen una importante misión: proveer a sus hijos la mayor cantidad de información posible relacionada a la mayor cantidad de situaciones de la vida. Algo que debiera comenzar cuando los niños son chicos y debiera continuar durante toda la vida. “Cada situación es una oportunidad para enseñar a un niño a identificar qué debe hacer para resolver un evento, qué lo hizo positivo o negativo, y qué pudo haber hecho distinto que pudo haber mejorado el resultado”, explica la Dra. Foelsch. Incluso más importante, señala, los padres pueden moldear esto al compartir su propio proceso interno cuando tienen que tomar una decisión. “Si los hijos ven que sus padres no siempre saben inmediatamente qué deben hacer y que pasan por un proceso de considerar la situación antes de actuar, entonces ellos también considerarán válido no saber qué hacer en determinadas situaciones, y sabrán que tendrán opciones y que está en sus manos tomar la mejor elección”.
Formación de la identidad
En esto tiene crucial importancia el tener una identidad sólida, porque cuando la hay, los adolescentes son capaces de mantenerse firmes ante las situaciones que enfrentan. “Por ejemplo, al ser presionado a tomar alcohol o drogas, al adolescente que tiene una identidad normal le costará menos tomar una decisión que lo proteja; esa es una manifestación de ‘sentido común’”, agrega la Dra. Foelsch. Cuando la identidad, en cambio, está perturbada, el adolescente puede comprometer su integridad física, mental o emocional con tal de serntirse estimado por el grupo. En esta situación, el sentido común se pierde progresivamente a medida que el adolescente se va con el grupo.
“Esto se logra básicamente al interior de la familia, con ambos padres presentes, capaces de formar en valores y virtudes morales, estableciendo límites claros y educando en este sentido, desde pequeños, la voluntad de sus hijos. De este modo el niño va teniendo claro qué es lo que lo diferencia de los otros”, señala Ana María Rodríguez, profesora de la Universidad de los Andes.
Detectando una patología
La Dra. Pamela Foelsch es Doctora en Psiquiatría, y junto a la Dra. Paulina Kernberg (destacada especialista chilena) desarrolló un programa pionero en el trabajo con adolescentes. Su nombre: el Tratamiento de Identidad en Adolescentes, cuyo objetivo es reducir la posibilidad de desarrollar trastornos de identidad.
• Ana María Rodríguez, profesora de la Escuela de Psicología de la Universidad de los Andes, explica: “En particular, el tratamiento está destinado a tratar a todo tipo de adolescentes que tengan conductas autodestructivas como no ir a clases, agresividad, irritabilidad, desmotivación, desgano, uso de sustancias, no alimentarse bien, euforia, ansiedad, etc.”
De esa manera se pretende prevenir la instalación de un trastorno de personalidad de manera crónica en la adultez: personas con conductas impulsivas, que fácilmente caen en adicciones, tienen dificultad para mantenerse en un trabajo estable y en relaciones de pareja duraderas.
Escrito por Pía Orellana G. / Nº 169
fuente: www.hacerfamilia.net
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