Febrero es conocido, entre otras cosas, por su día de los enamorados, pues bien no solo porque en ese día hay que fijarse para que una relación de pareja madure, es necesario algunas cosideraciones como las que os ofrecemos en el siguiente artículo.
Una relación de pareja se torna vacía y sin aliciente cuando nos centramos exclusivamente en lo negativo del otro. Cuando en cada momento le decimos que así no se hacen las cosas o que tiene que esforzarse más en cambiar aquello en donde al parecer se equivoca. Esto sucede en la mayoría de las ocasiones. Mientras que nos dedicamos sin parar en esta misma línea a ver lo negativo del otro, estamos olvidando que la persona que tenemos delante es mucho más que sus errores, y que también tiene muchas otras cosas positivas que paso inadvertido en la mayoría de las ocasiones. Perpetuando esta conducta dentro de la pareja se inicia una escalada simétrica en donde se nos presenta la imagen de un rin en donde uno constantemente parece estar retando al otro.
Lejos de esta opción esa pareja se olvida que un día se prometieron la aceptación incondicional, esa en donde por medio del compromiso asumido en el matrimonio, aceptaban toda clase de condicionantes haciendo mención a “en lo bueno y en lo malo”. Ahí está el riesgo que asumimos cuando se decide formalizar la unión, pues de esa manera queremos a esa persona tal cual es y no a otra. Sin embargo en la terapia de pareja se suele argumentar: “es que el ha cambiado, o es que ella no es la misma”, a no ser que haya una enfermedad mental o ciertas patologías que influyan sobre el comportamiento, el temperamento o nuestra tendencia a comportarnos de una forma determinada será siempre la misma. Por lo cual ¿por que no dejar ser uno mismo?, ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que haga las cosas de otra manera? O cosas por el estilo, o ¿por que proyectamos nuestras dificultades continuamente en el otro?
Y es que es cierto que me gustaría que mi mujer o mi marido en esta cosa o en la otra actuara más como me gusta a mí, pero de esa manera se le niega la posibilidad de ser quien quiere ser. Negando esa aceptación incondicional de nuevo. Todo esto esta muy relacionado con las propias exigencias de cada uno, así como en las expectativas propias, buscando la perfección deseada. Si que es cierto que esto suele pasar en muchos matrimonios pero cuando pasa se puede hablar y por su puesto lo fundamental perdonar.
El asumir que el matrimonio lleva la aceptación incondicional del otro, lo pude captar en el transcurso de una película donde la protagonista de la misma le decía al chico “se que te voy a fallar, que a veces te voy a hacer daño, tanto que algunas veces te va a doler mucho y se que tu también lo harás, pero te quiero”. A esto me refiero cuando intentamos aceptar al otro, cuando le permitimos ser como es, y de esa manera también a nosotros mismos nos lo permitimos. Por eso intentemos buscar mejor aquello en donde el otro se sienta a gusto por cómo es, valorando sus cualidades positivas y no recalcando continuamente sus fallos o lo que tendría que cambiar.
Lo que si tengo claro es que este artículo me remite una vez más a lo primordial: que para un matrimonio hay que prepararse en un tiempo de noviazgo. Aquel que nos permita madurar personalmente y como pareja, aquel que me ayude a ser más yo y tu a ser más tu y a reconocernos mutuamente en el nosotros.
Mª Del Carmen González Rivas
Psicóloga
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